Aquel que osara comparar o encontrar alguna analogía entre el film Mentiras que matan y El ciudadano recibiría, cuando menos, una severa reprimenda. Sin embargo, hagamos exactamente eso: tender un sutil puente intertextual que nos permita analizar la diferencia entre dos nociones en apariencia similares, pero en verdad sustancialmente opuestas. Veremos, entonces, el contraste que encontramos entre la reconstrucción de la realidad, y la construcción de la impresión de la realidad.
¿Realidad? enigma exquisito, que le concedemos develar
Tanteando vericuetos del periodismo y sus caprichos, establezcamos una primera noción: “reconstrucción de realidad” que, para usted lector y para quien suscribe, hará alusión a la ambiciosa tarea de los medios de comunicación. Es decir, al relato de aquel acontecimiento que sucedió y que por criterios como “novedad” e “imprevisibilidad” ponderaron su “noticiabiliad” ante los ojos de la sociedad. Nada más que el racconto fiel de un hecho del que usted exige ser informado. Concertado este primer boceto, asignemos a los medios ser la plataforma y espejo privilegiado del sinfín de interrogantes que demandamos se nos despejen como auténtica realidad.
Realidad. Que palabreja ¿Verdad? ¿Y si cavilamos sobre la impresión de realidad? Sí, aquella que se juega en la lectura de un discurso cinematográfico. Esto, claro, pactando esquematizar un concepto compartido que, más adelante, nos permita marcar la diferencia del lugar que asume un individuo como receptor, ya sea frente a un film o una noticia.
Convengamos que el espectador de cine, en la oscuridad de su butaca, se sabe frente a algo que no es real. A esta irrealidad le otorga un intenso atributo de realidad a través de procesos que opera frente a la representación; como el afectivo, que tiene que ver con diversas proyecciones e identificaciones personales frente a lo diegético, o el perceptivo, estrechamente vinculado a la impresión de movimiento, aspecto básico del discurso cinematográfico. De esta manera, dotar a lo irreal de realidad, constituye un acto fundamental a la hora de oficiar como receptor de una representación cinematográfica, incluso hasta para disfrutarla. A estas alturas, si usted se sitúa en la butaca del espectador, concede al cine el derecho a “mentirle”. Una “licencia para mentir”, es gratamente otorgada, siempre y cuando la mentira sea construida en el marco de un universo coherente en sí mismo y en su totalidad verosímil.
En suma, que se erija con eficacia La impresión de realidad. Con no menos pericia, ya estará al tanto de la intención de disparidad que queremos puntualizar. Usted frente a noticia, sea ésta impresa o audiovisual, de ninguna manera permitiría quimeras o invenciones. Así que admitamos que la correcta pretensión es diametralmente opuesta. La “licencia para mentir” consentida al séptimo arte, en la demanda de información periodística, drásticamente se transfigura en una “exigencia por la verdad”.
De la retórica y elucubraciones conceptuales, pasemos a la sala oscura.
El ciudadano: realidad impresa
Charles Foster Kane, el magnate que ha monopolizado los medios de comunicación estadounidenses en la primera parte del siglo XX, ha muerto. Los encargados de un noticiero asisten a la proyección de una especie de obituario fílmico, que sujeta resumidos los setenta años de vida de Kane. El contenido del cortometraje no es suficiente. Uno de los periodistas señala que lo único que refleja lo que acaban de ver es que Kane murió. “Eso ya lo sé”, aclara, “Lo leí en los periódicos”. Concluyen que es necesario “saber quién era verdaderamente Kane”.
Como su vida privada ha sido tan manifiesta como la pública, sólo les queda dilucidar de qué o de quién se trata aquello que Kane hace referencia en su última palabra antes de morir: “Rosebud” (Contengamos el apetito voraz de zambullirnos al interrogante de cómo es que la prensa tiene esa información cuando al momento de la muerte, Kane se encuentra en absoluta soledad) Sin detenernos en lo que Wells refiere acerca de la prensa sensacionalista, establezcamos a la sociedad americana, como el receptor de esta noticia dentro de este universo diegético en particular. Por tanto, de ahora en adelante, nuestro receptor diegético.
En esta instancia de la película nos atrevemos a afirmar que la muerte de Kane no constituye noticia alguna, sino que la noticia, como “novedad” y en su carácter de “imprevisibilidad”, radicará en revelar un aspecto oculto de la vida privada de Kane. Por tanto, es en lograr despejar esta incógnita que la construcción de la noticia cobraría vida. No obstante, fieles a los testimonios del entorno íntimo y afectivo del magnate, los periodistas simplemente rememoran su existir. El significado de Rosebud no se llega a encontrar, excepto para el espectador no diegético (usted sentado frente a la pantalla) el único privilegiado en significar el misterio en un trineo. Resolviendo así que la intención en el proceso de construcción de la noticia, se rigió responsable en la tarea de la reconstrucción de realidad.
Mentiras que matan: impresión de realidad
El presidente de los EE.UU, a pocos días de lograr su reelección, es acusado de abusar sexualmente de una menor. En complicidad con un productor de Hollywood, un oscuro asesor presidencial decide fabricar una guerra inexistente contra Albania, con el objeto de que esta noticia se “fagocite” a la del escándalo sexual y, asimismo, suba los índices de popularidad del presidente. ¿Cómo armar una estratagema que resulte verosímil? Para que el embuste funcione, los confabuladores utilizan los medios de comunicación como vehículo de la representación que intentan construir.
Bien, hasta aquí la mera sinopsis que nos ofrece el espacio diegético ideal para ejemplificar la comparación antes mencionada. La intención del film de homologar la construcción de la mentira con la construcción de una película es más que obvia. Esencialmente porque el dote artístico, a diferencia de la estrategia política, parte de un productor de cine, quien además de elucubrar la patraña enmarcada en los tres actos de la vieja y tan explotada estructura dramática aristotélica, precisa su ficción en locaciones artificiales muy acorde a sus “víctimas”, encontradas por casting.
Haciendo exquisito espectar cómo, mediáticamente, se incrusta una “realidad”, que axiomáticamente es impresión de realidad. Precisamente ésta, ya traducida en una excitante guerra, se fortalece y torna verdadera/real, más allá de toda duda o sospecha. La artimaña funciona, el presidente logra su reelección y el escándalo sexual es sólo un mal recuerdo.
Esperamos que usted pueda corroborar el contraste planteado al inicio. Ojalá, pues, logre distinguir entre estos dos principios básicos ante la lectura de un discurso. Por tanto, usted, ávido de información transparente y fidedigna, procure no sentarse en su cómodo sillón como si fuese una butaca de cine.
Y si decide hacerlo, que disfrute la película.