“La felicidad no es un estado, es una tendencia…”, esta frase la dijo Javier Gomá Lanzón, filósofo español, allá por 2018. Sí, aquel lejano año, cuando el mundo era otro.
Hoy, marzo de 2021, cumpliendo más de un año viviendo en pandemia, estamos próximos al Día Internacional de la Felicidad. Será un día en que quizás hablaremos del tema.
En otros años, por ejemplo, en 2018 -cuando el mundo era otro-, de acuerdo con el índice global de felicidad, una publicación anual que saca las Naciones Unidas, Finlandia era el país más feliz del globo, en tanto que Noruega, Dinamarca, Islandia y Suiza completaban los cinco primeros puestos. En América Latina, consecutivamente, Costa Rica se llevaba el primer lugar. Misión aparte y para otro día será polemizar la validez y metodología de este índice, que -así muy de paso- no es mucho más que un formato que solicita a sus encuestados que puntúen su vida del cero al 10, siendo 10 la mejor vida posible.
Volviendo al tema. Dadas las actuales y casi distópicas circunstancias, es interesante relacionar este índice con el ranking de vacunación contra la COVID-19; así como que vinculáramos la vacuna como la felicidad plena.
Hasta febrero de este 2021, Israel fue el país que más vacunas colocó a su población; imaginémonos: 91 de cada 100 israelís saliendo felices del centro médico. Pero esta dicha fue superada, “Chile se convirtió el martes 9 de marzo en el país que más rápido estuvo administrando la vacuna contra COVID-19 en todo el mundo”. Así de claro. Podemos decir que entre febrero y marzo de este año la felicidad estuvo en Chile y en Israel. Personas con la tranquilidad de sentirse “protegidas”, por lo menos no tan vulnerables luego de tantos meses de miedo al contagio, al virus, a los síntomas, a la muerte. El terror que se imprimió en todo este tiempo nos debilitó emocional y, por supuesto, físicamente. Angustia, ansiedad, depresión; es cierto que el coronavirus se llevó muchas vidas, pero nuestro pánico y locura destruyó otra gran e incalculable mayoría. Enfermamos de pavor por el solo hecho de estar en contacto con el otro, ese daño destruyó la humanidad severamente.
Aún no hay datos precisos que conecten la tasa mundial de suicidios durante la pandemia (que sigue en curso) pero sí números alarmantes, tomando en cuenta que son muchos factores los que pueden desencadenar situaciones límite. Aunque no es el tema trending favorito, los pensamientos suicidas rondan y cohabitan en la sociedad del estrés, por tanto, en toda esta larga temporada de confinamiento, “sana” distancia o aislamiento social (lo que suene peor), duelo, inseguridad laboral, incertidumbre y, en fin, desasosiego… las ganas de quitarse la vida no han debido faltar. Por ahí circuló el comentario que varios meses del año pasado fueron los más tristes de los últimos siglos que se tiene registro; ni siquiera en tiempos de guerras mundiales o situaciones post desastres naturales, tanta gente estuvo –al mismo tiempo- tan entristecida como en el 2020. Como nunca la impotencia fue global.
Entonces, la vacuna se tradujo en esperanza. Seguimos en detalle los “avances científicos” -y lo que fuera que eso signifique- para dar luces al optimismo, apostamos por confiar en los laboratorios, en los inversionistas privados, y ¡hasta en los gobiernos! para poner fecha al fin de la pesadilla. “Una vez que todos estemos vacunados, todo volverá a la normalidad”, suspiramos 7730 millones de almas en el mundo.
Y ahí estamos, con esa tranquilidad. Ya nos tocará. Y lo más probable es que sí, que eventualmente una gran mayoría de la población mundial se pueda vacunar. ¿Será la felicidad plena? Para muchos sí, por lo menos un gran alivio, y aunque sea por ese micro instante alguien verá la felicidad… porque finalmente la felicidad es eso, un instante que podemos gozar plenamente, como cuando recibes el abrazo de quien tanto extrañas, como cuando te llega la llamada definitiva que tantas esperas. La felicidad es simplemente la fugacidad de ese momento; esa euforia rebosante que no puede durar tanto, pero sí que se puede repetir y repetir hasta hacerse una tendencia.
Ahora sí que hace falta, que cada quien sume su horabuena, para que lo global sea la felicidad y no el pánico.