Silvia Libre Mercado

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Gorbachov, el líder ético y visionario

Reseña de Gorbachov: vida y época (Debate, 2018).
La biografía de un líder culto y sofisticado muy distinto a cualquier político.
Un hombre decente que perdió el poder por ofrecer la libertad

Silvia Mercado

La ética por encima de la política; la libertad más allá del poder. Son remates que suenan adecuados al momento de volcar la última página de Gorbachov: vida y época (Debate, 2018), rigurosa y extensa biografía escrita por William Taubman. Un libro robusto, porque el personaje así lo amerita; una historia de suspenso, porque así transcurrieron las últimas décadas del siglo XX corto, como se suele compilar el periodo entre 1914 y 1991.  

“Es difícil entender a Gorbachov”, le dijo Mikhail Sergeyevich Gorbachev a William Taubman como así también a Werner Herzog cuando filmaron el documental Meeting Gorbachev (2018). Y sí, quien se acerque a su semblanza le dará la razón. El lector se preguntará reiteradamente ¿por qué no se animó a más?, ¿por qué retrocedió?,¿pero por qué no “de una vez”?… preguntas que quizás nunca dejarán de perseguir al líder que perdió el poder por ofrecer la libertad.

“Nadie es profeta en su tierra” es el obvio refrán que traduciría el paradójico perfil de quien fuera aclamado gran estadista por su ejemplo a nivel internacional versus quien fuera vapuleado como la escoria que propició la ruptura a nivel local. Debió haber sido perturbante saberse merecedor del Premio Nobel de la Paz (1990) en el mismo año en que la desintegración de la Unión Soviética ya parecía un hecho. O haber sido ovacionado en el pleno de las Naciones Unidas (1988) por su discurso en relación al desarme nuclear, versus atacado en las bochornosas y eternas discusiones en el Politburó, el organismo político del Comité Central del Partido Comunista.

Ciertamente, la vida política de Gorbachov es una relación incesante de contrastes, y Taubman sí que logró una recapitulación tan fidedigna como atrapante. En 19 capítulos y más de 800 páginas, esta biografía ofrece información que en su momento fue ultra confidencial, diálogos y discusiones políticas que quedaron en archivos de estado, íntimos relatos de momentos cruciales para el acontecer de las potencias mundiales…

Se trata de Mikhail, el líder natural quien en su juventud fue esporádicamente actor, el muchacho que se fue a estudiar leyes a Moscú y “…dio a sus compañeros de la capital la impresión de que era un individuo subdesarrollado, profundamente provinciano”[i]; el chico campesino que llamaba la atención por ser innovador y creativo, y por mostrar auténtica confianza en sí mismo. Optimista, como muchos de su generación (postguerra), creía en el comunismo y en los valores socialistas; tan profundo era su patriotismo soviético que de chiquillo escribió un ensayo que tituló: “Stalin es nuestra gloria en tiempos de guerra, Stalin da alas a nuestra juventud”[ii]. No por nada siendo muy joven recibió la Orden de la Bandera Roja Del Trabajo firmada por el propio Stalin. Por todo este ímpetu y entusiasmo, quizás su carrera política fue vertiginosa: ya en 1978, era Secretario del Comité Central responsable en cuestiones de agricultura; un año después, pasó a ser miembro candidato del Politburó y, en 1980, a sus 49 años, miembro de pleno derecho. De 1985 hasta 1991, logró ser nada más y nada menos que Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. En las notas tomadas del Pleno del Comité en marzo de 1985 quedó: “he aquí un estadista destacado y de altos vuelos que habrá de servir con distinción como Secretario General”[iii]. Solo desde el cargo más alto pudo hacer posible un gran cambio. ¿Habrá sido su sueño?… Quiso transformar su país, pero –ciertamente—para tamaño propósito nadie podría haber tenido un “plan” perfecto. Aunque, por otro lado, fue imperdonable su ingenuidad si el plan original era dar al socialismo “un rostro humano” (al estilo del experimento que fracasó en la ex Checoslovaquia) o bien ofrecer un libre mercado, pero “controlado”. Como apunta Taubman, quizás “más que plan, tenía esperanzas”. Gorbachov creía en el socialismo, creía posible salvarlo por la vía de las reformas… y esa fue su historia.

Antes de llegar al poder ya había demostrado ser solventemente crítico. No un disidente, pero sí un escéptico. Muy en sus inicios, por ejemplo, dado su origen campesino, cuestionó las granjas colectivas agrícolas que impuso el estalinismo; en más de una ocasión condenó la existencia de estas “cooperativas” controladas por el Estado como una injusticia asombrosa. También, en sus primeros años en el partido solía señalar que las “deficiencias económicas” tenían que ver con ciertas incompetencias, aunque con el tiempo advirtió que el problema era mucho más profundo, que la traba histórica del socialismo estatal soviético era –sobre todo— el monopolio del poder político y económico de parte del Partido Comunista. Se dio cuenta. Quiso ofrecer soluciones; tuvo éxitos parciales. Muchos años más tarde en una entrevista (2007) reveló: “El empeño hipercentralizado de controlar cada detalle de la vida del país minaba las energías vitales de la sociedad”.

¿Éxitos parciales? Hay que ser puntuales.

Perestroika (reestructuración en ruso) y Glásnot (transparencia en ruso)

Perestroika, la rúbrica de Gorbachov ante el mundo

Fue un esfuerzo hacia la modernización, para lograr productividad y prosperidad. Se trató de una serie de reformas económicas que gradualmente supondrían un cambio profundo. Por ejemplo, en 1988, Gorbachov promulgó una ley que permitía la propiedad privada de las empresas “por primera vez” desde instalado el comunismo; sonaba bien, pero no lo suficiente para soportar la crisis por la escasez de alimentos, el déficit estatal y la deuda externa. Las reformas parecían favorecer a las empresas, pero todavía no se veía beneficios para los consumidores. Urgía quitar los controles y permitir que las empresas establezcan sus propios objetivos de rendimiento.

El problema fue que, por muy buenas que se formularon las reformas, la aplicación gradual ya presagiaba su fracaso. Pero, condonando y situando el contexto comunista, había que ser discretos, no excederse con los cambios y no tensar los “límites del socialismo”; límites que el propio Gorbachov reconoció “habían ahogado a la sociedad y coartado la iniciativa y los incentivos”[iv].

En síntesis, el naufragio de la Perestroika se debió a que no era posible lograr la aceleración de una economía excesivamente planificada y centralizada; con un corsé tan asfixiante era un sinsentido innovar, crear o abrir perspectivas que aprovechen la ciencia y la tecnología.

Gorbachov tuvo buenas intenciones, y –sobre todo— asumió el empeño de razonar los datos y aceptar la realidad, muy a diferencia de sus antecesores líderes soviéticos que siempre quisieron ignorarla. Además, cabe tomar en cuenta que tenía en contra camaradas completamente analfabetos en economía; fue imposible hacerles entender la concepción global de las reformas a burócratas que solo les importaba preservar sus privilegios.

Glasnost, apertura y la apertura a las críticas

Quizás quisiera Gorbachov que se lo recuerde más por la Glásnost que por la Perestroika. Este proceso de apertura, libertades y democratización del sistema político fue sustanciosamente más exitoso. En esta arriesgada apuesta, el líder pudo mostrar su perfil liberal y hasta radical. Mientras las reformas económicas trastabillaban en tímidos intentos, “la Glasnot estaba ya difundiéndose como un incendio en la estepa”[v]. La gente, los periodistas en particular, decían lo que querían, y esta extraordinaria liberación de las mordazas soviéticas fue una hazaña que enorgulleció mucho a Gorbachov. Él –intelectual y siempre promotor del debate y del intercambio amplio de ideas— fue entusiasta de la libertad de expresión y de prensa. “Una prensa libre y menos temerosa había sido siempre esencial para el plan de Gorbachov en pro de la democratización y el cambio”[vi].

Fue el clima propicio para introducir las reformas democráticas. Hacia finales de 1985, ya como Secretario General del Comité Central del Partido Comunista, Gorbachov había anunciado “que el propio partido debía renunciar a su papel dirigente dentro del Estado”[vii]. En sus discursos hacía referencia a la separación de poderes, a los derechos individuales, “incluidos el derecho de propiedad y la libertad de expresión individual. Los trabajadores debían tener voz real en la gestión de sus empresas”. Mikhail Gorbachov estaba revolucionando el sistema político de raíz; hablaba con toda la impronta democrática y hasta liberal: “El pueblo soviético necesita de la democracia como necesita del aire para respirar[viii].

Pero las buenas voluntades y las nobles intenciones no suelen ser suficientes. Taubman cita a Alexander Yákovlev, académico y colaborador muy cercano a Gorbachov, reseñando en retrospectiva que hubiera sido necesario forjar acuerdos previos y redes de apoyo a las transformaciones democráticas. “Debería haber ‘reformado el ejército’; tendría que haber ‘creado un KGB nuevo y renovado’; debería haber disuelto las granjas colectivas y promovido los cultivos particulares; tendría que haber incentivado las pequeñas empresas”[ix]. Pero no, el hubiera no existe, y deduciendo la conclusión del biógrafo, probablemente, Gorbachov subestimó su propio poder. Sin embargo, hay que decirlo fuerte y claro: hizo bastante, ya en 1988, con apenas un año en el poder, redujo el control del Partido sobre la maquinaria gubernamental como parte de un proceso que garantizara el marco para una democracia pluripartidista, introdujo las bases para crear instituciones parlamentarias y permitir elecciones libres. Como resalta Taubman en sus conclusiones, finalmente “tuvo éxito en eliminar la herencia del totalitarismo en la Unión Soviética…” lo cual excede cualquier otro mérito en el terreno político. En el recuento final, Gorbachov fue el único líder soviético que tomó conciencia de que los derechos humanos y las libertades individuales no pueden subordinarse al “interés del socialismo”.

Entre los aciertos no se puede negar su hábil desempeño como estratega en política exterior. Taubman lo introduce como el líder que más esfuerzos hizo por poner fin a la Guerra Fría, y más adelante lo señala como el hombre que “redujo el peligro de un holocausto nuclear”[x]. Y es que, ciertamente, son varias las pruebas de su vocación pacifista y de sus incesantes gestiones para ‘detener la carrera armamentista nuclear´. Ayudó su mentalidad abierta y su curiosidad hacia occidente. Gorbachov salió del esquema bolchevique de pensamiento que veía a las potencias capitalistas como los enemigos, optó por asumir un principio ético de no violencia y, sobre esa base, encontró esencial acercarse a Estados Unidos llevando por delante claras posiciones que pusieran alto a la carrera armamentista. En esa misión de vida encontró a un gran colaborador y amigo….

Reagan, de adversario a gran amigo

Una exquisitez aparte del libro es la narración de los vínculos que se fueron tejiendo alrededor de Gorbachov; entre éstos, por supuesto, la relación estelar fue con Ronald Reagan, presidente norteamericano (1981-1989). “Por qué no me llama usted Ronnie y yo, con su permiso, lo llamaré Michael[xi], fue una declaración íntima y sobre todo ya de confianza entre los dos hombres que tenían en su poder la destrucción mutua –llevándose a media humanidad de por medio— o como ya se dijo propiciando el Holocausto nuclear. Pero en esta situación, que de hecho pudo ser la tercera guerra mundial, de alguna manera, ganó el amor y no el odio. Pudo el anhelo, la voluntad negociadora y las ambiciones que ambos líderes compartían: los dos querían poner fin a la guerra fría y pasar a la historia con esa insignia[xii].

Las crónicas de Taubman pormenorizan todas las gestiones y las reuniones previas hasta llegar a las grandes negociaciones, desde el primer encuentro en Ginebra (1985), el fracaso de la cumbre en Reikiavik, Islandia (1986), la firma del Tratado de Washington (1987), hasta la cumbre en Moscú (1988); episodios de suspenso en color cinematográfico dan cuenta de la tensión que significó esta etapa para los Estados Unidos de Norteamérica versus la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Acuerdos y tratados que progresivamente derivaron en el fin del apoyo a los aliados comunistas en América Latina, así como el histórico retiro de las tropas soviéticas de Afganistán. Y hay que remarcarlo cuantas veces haga falta: fue gracias a la particular conexión, la estrecha y cálida relación entre Reagan y Gorbachov la que permitió este desenlace en paz. Este sentimiento personal que cada uno albergaba hacia el otro se materializó en un simbólico intercambio de obsequios en uno de sus últimos encuentros: “una chaqueta de mezclilla del Oeste para Gorbachov y una maqueta a escala del Kremlin para Reagan”[xiii].

Thatcher, un apoyo estratégico

“Me gusta el señor Gorbachov, podemos hacer negocios juntos” (..) fue la frase con la que Margaret Thatcher, primera ministra británica (1979 a 1990), tendió la mano al único comunista en quien depositó cierta confianza. La “dama de hierro” siempre estuvo atenta a los movimientos en el Kremlin; de hecho, tenía a cargo un grupo de expertos “sovietistas”, como el investigador Archie Brown, quien venía estudiando la transformación del sistema político soviético durante la perestroika. Ya en 1979, Brown describió a Gorbachov “como un individuo a su parecer ‘abierto de espíritu, inteligente y antiestalinista’”[xiv]; desde entonces lo vio como un potencial líder.

El primer viaje de Gorbachov a Londres fue en 1984, como Presidente de Asuntos Exteriores del Parlamento Soviético, atendiendo a una exclusiva invitación de Thatcher. Taubman señala que uno de los motivos estratégicos de esta misión diplomática fue “enviar a Washington una señal de que Gorbachov estaba interesado en mejorar las relaciones soviético–estadounidenses, para lo cual Thatcher, una archiconservadora y cercana al presidente Ronald Reagan, era la intermediaria perfecta”[xv]. En efecto se cumplió este objetivo; a la larga, Reagan, Gorbachov y Thatcher triangularon armoniosamente. Pero lo que es anecdótico de este primer encuentro fue cómo ambos, Mikhail y Margaret, se sorprendieron el uno con el otro y, a partir de ese primer impacto, cómo buscaron deslumbrarse intelectual y académicamente. “Thatcher se centró en el estilo de Gorbachov. ‘Sonreía, se reía, se valía mucho de las manos para poner énfasis en algo, modulaba la voz, seguía la argumentación y era un agudo polemista. No parecía en absoluto incómodo’. Thatcher llegó a la conclusión de que ‘le gustaba’”[xvi].

Quedó en los registros de los intérpretes citados por Taubman que el momento más intenso de aquella ocasión fue cuando la primera ministra interrogó a su invitado, cuestionando el sistema de planificación central soviético; al respecto “Gorbachov le replicó que, si iba de visita a su país, y echaba un vistazo por sí misma, vería que el pueblo soviético vivía alegremente. En ese caso, contratacó ella, ¿por qué temía el Gobierno soviético permitirle a su gente que abandonara el país ‘con la facilidad con que podía salir de Gran Bretaña’”[xvii]. La relación Thatcher – Gorbachov fue cercana y productiva, sobre todo a la hora de sumar los apoyos que el reformador soviético iba a llegar a requerir de parte de occidente.

Queda en el tintero…

Gorbachov: vida y época es una suerte de enciclopedia básica para comprender Rusia en pretérito, así como una brújula para entender “la cuestión de las nacionalidades” que finalmente fue la bomba de tiempo que dinamitó la “Unión” Soviética. Es un compendio de acontecimientos históricos trepidantes como los levantamientos en Europa del Este, pasando por la Primavera de Praga (1978) hasta la caída del muro de Berlín (1989), y de figuras extraordinarias tanto del terreno político como del ámbito cultural e intelectual. Es un libro de referencia obligatoria para informarse en detalle de la tragedia en Chernóbil, cuando Gorbachov “abrió los ojos” y comprendió que el sistema se estaba pudriendo. Es un texto fundamental para quien quiera profundizar en las razones, hechos y situaciones que determinaron el desenlace del sistema totalitario creado por Leninismo y Stalinismo. También es una reflexión amplia sobre la pérdida de confianza y responsabilidad individual de los pueblos a los que se les niega por mucho tiempo la libertad.

Gorbachov hizo lo que ningún otro político se hubiera animado por la democracia: no aferrarse al monopolio del poder; quizás por eso nunca dejará de ser un individuo decente, digno de elogio y de admiración. 

 

 

Notas

[i]  P. 71. apítulo: “Infancia, adolescencia y juventud: 1931-1949”.

[ii] Ibid. 82. Capítulo: “La universidad estatal de Moscú: 1950-1955”.

[iii] Ibid. 227. Capítulo: “¿Qué hacer?:1985-1986”

[iv] Ibid. 322. Capítulo: “Como dos escorpiones encerrados en una botella: 1987”

[v] Ibid. 324.

[vi] Ibid. 327. Capítulo “¿Quién le tiene miedo a Nina Andréieva?:1988”  

[vii] Ibid.257. Capítulo: “¿Qué hacer?:1985-1986”

[viii] Ibid. 319. Capítulo: “Como dos escorpiones encerrados en una botella: 1987”

[ix] Ibid. 258. Capítulo: “¿Qué hacer?:1985-1986”

[x] Ibid. 673. Capítulo: “Conclusiones: Para entender a Gorbachov”

[xi] Ibid. 412. Capítulo: “Cumbres a raudales: 1987-1988”

[xii] Ibid. 305. Capítulo: “Ingreso en la escena mundial: marzo de 1985 –diciembre de 1986”

[xiii] Ibid 417. Capítulo: “Cumbres a raudales: 1987-1988”

[xiv] Ibid 212. Capítulo: “Regreso a Moscú: 1978-1985”

[xv] Ibidem

[xvi] Ibid 215. Capítulo: “Regreso a Moscú: 1978-1985”

[xvii] Ibid 213.

 

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