Karen Torrez, Gabriel Castillo, Bruno Rojas, Ángela Castro y Hugo Dellien son cinco individuos que llegaron a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 por mérito propio, esfuerzo personal, dedicación y constancia, seguramente apoyo de sus familiares, entrenadores y entorno cercano, y por -sobre todo amor y pasión- a lo que más aman en la vida: el deporte.
En lo personal, me genera –cada uno de ellos- la más alta admiración por su disciplina, empeño, capacidad de concentración y coraje con que asumieron sus sueños y desafíos. También me emociona ver sus rostros de alegría por haber llegado tan lejos.
¡Dicha, júbilo, admiración! Expresemos nuestros más nobles y sinceros sentimientos. No orgullo, esa “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia…” (RAE), menos orgullo “patrio”. Que estos jóvenes hayan nacido en Bolivia no es relevante a la hora de celebrarlos, bien pudo uno haber nacido uno en Panamá, otra en Francia, etc.; el logro de cada uno de estos cinco individuos no es mío, ni tuyo, es de ellos. Hay cercanía y particular afinidad porque nacimos en el mismo país, quizás en la misma ciudad, es posible que compartamos platillo favorito, pero las circunstancias son de cada quien. Y esta vez son de ellos. Son sus méritos. Están en ¡nada más y nada menos que en las Olimpiadas! Por mérito, no por “poder”, no porque alguien les hiciera “el contacto” para que les consiguieran una “plaza”; esos privilegios los ocupan los oportunistas, no las personas capaces, inteligentes y talentosas.
Acompañaremos y sentiremos cerca los momentos de Karen Torrez, Gabriel Castillo, Bruno Rojas, Ángela Castro y Hugo Dellien; de algún modo compartiremos la alegría de sus familias que los verán por televisión seguramente con el corazón latiendo más fuerte que nunca.
Una vez llegué a casa con un título y le pregunté a mi papá que si no estaba orgulloso… Me dijo: “no, yo no hice nada, fue tu mérito, yo solo acompañé y apoyé lo que te fuera hacer feliz”. Así de contento estaba.